Jelle Goossens es Comunicador para Vredeseilanden (VECO) en la sede en Bélgica. Por motivo de un reportaje que pasó a la televisión belga sobre el Consumo Responsable, escribió este editorial:
Confieso: no soy un consumidor responsable. Listo, ya lo saben.
Es más: soy un consumidor vago. Condición agravante: odio ir de compras. Un sábado de compras al supermercado me engendra ideas de genocidio. Es por pura supervivencia pues que me recorro siempre a mayor velocidad los estantes del supermercado, y eso sin prestar mucha atención a lo que se puede observar en las etiquetas. El precio, esto es lo que me interesa. Leche es leche, ¿no? Homo económicus fortuito.
Me doy cuenta: soy parte del problema. El reportaje Panorama* del 11 de septiembre me hizo realizar eso. Yo soy, parcialmente, responsable de que en toda la cadena alimentaria surja una presión sobre los precios, que acabará por estrangular a nuestras empresas agrícolas y por explotar a nuestro planeta. Esto no es nuevo para mí. Trabajo en Vredeseilanden/VECO. Converso con pequeños productores, aquí y en el Sur. Escribo editoriales con los cuales trato de cambiar el mundo. Como éste.
Las estadísticas dan consuelo para mi imperfección. Varios estudios demuestran que el 15 al 40% de los consumidores considera importante temas como salud, el medio ambiente y el comercio justo. Aun así, sólo un pequeño porcentaje convierte esta preocupación en la compra efectiva de productos certificados. Todos somos seres hipócritas con buenas intenciones.
Ya basta de mortificarme. Por supuesto, no todo es sólo mi culpa. También es culpa de los supermercados. En su comunicación, todos se enfocaron en el mismo estrecho criterio de precio. Es la culpa de los gobiernos que autorizan un juego de pérdida y que en los estantes se encuentran productos incoherentes.
Es cómodo culpar a otro. Pero quien indaga más, podrá constatar que todas las partes del sector alimentario están atrapadas dentro del mismo sistema. Es hora de que, como sociedad, volvamos a revisar las reglas del juego. Por eso, aquí mi humilde propuesta, seguramente incompleta, para un plan de acción para hacer evidente la alimentación sostenible.
En primer lugar, los gobiernos deben hacer lo que sólo los gobiernos pueden hacer: trazar las líneas de la cancha. Que suban los criterios socio-ecológicos desde un inicio. De inmediato, las certificaciones caras se volverían innecesarias.
“Editar opciones” se le dice, con una palabra media rara. Elegir mejor empieza con, a veces no tener que elegir. Tampoco nos toca elegir entre un carro con o sin cinturón de seguridad. Y no es por eso que estos carros se hayan vuelto de peor calidad o menos económicos.
En segundo lugar, los supermercados, gracias a su escala, son los aliados adecuados para lanzar al mercado productos sostenibles a precios competitivos. Comercio justo, Organic, Utz, Rainforest Alliance … la multitud en certificaciones, hoy en día, más bien tiene un efecto contra productivo en el proceso de elección del consumidor e impide la ampliación a escala. Si hoy en día los plátanos de comercio justo ya no son más caros que los plátanos “convencionales”, esto es porque ya ha sido alcanzada esa escala para este producto. Además, la colaboración entre los supermercados, las empresas alimentarias y los productores debe ser más eficiente. Una colaboración vertical en la cadena puede resultar en productos destacados que se distinguen de la competencia. Sobre el poder desproporcional de los supermercados y de la industria alimentaria ya se han escrito muchas cosas negativas –y con razón- pero ellos podrían aprovechar de su poder para sacar los productos sostenibles del segmento de lujo y hacerlos “convencionales”.
Y, finalmente: el consumidor (vago). Yo pues. Éste tiene más poder de lo que piensa. Hoy tenemos los medios de comunicación para exigir y realizar transparencia en la cadena alimentaria. Una aplicación como Questionmark es un buen inicio. De igual manera, si el precio de venta no cubre los costos del productor, quiero saber el por qué. Y organizaciones como Test-Aankoop** no deberían limitarse únicamente en sus estudios comparativos al precio. Por qué no investigar las políticas de los supermercados hacia sus proveedores, sus esfuerzos a nivel ecológico, para el bienestar de los animales, etc. Muchas empresas ya rinden cuentas, que sea un incentivo para los que se están quedando atrás.
Tal vez, si seguimos este camino, la alimentación sostenible llegue a ser el nuevo “convencional”. Como recuerdo a los viejos tiempos, las tiendas tendrían un estante escondido con sólo productos certificados “no orgánico”. Un nicho en la gama generando pérdidas e impagable, que garantiza 100% la explotación social y la destrucción del medio ambiente.
No soy una mala persona, así siempre me repito. Me gustaría tomar mejores decisiones en la tienda. Sería bueno de vez en cuando no tener otra opción, pero exige sobre todo que Usted y yo sigamos cuestionándonos sobre el origen de la comida. “Conocimiento de la agricultura y de la alimentación forma parte del conocimiento general que todos deberíamos tener como conocimiento de matemáticas e idiomas”, escribe la profesora holandesa Louise Fresco en su libro “Hamburguesas en el paraíso – Alimentos en tiempos de escasez y abundancia”. Y tiene toda la razón. Comida de calidad, cultivada con respeto al hombre y al medio ambiente no es un lujo, sino una necesidad. También para un consumidor vago.
Jelle Goossens, Comunicador para Vredeseilanden (VECO)
*Panorama es un programa en la televisión pública belga tratando temas y polémicas de la actualidad. **Test-Aankoop es una organización de consumidores belga