Autonomía económica y el bienestar de la familia son dos de los motores para Alba Mejía, de 43 años, oriunda del cantón de Intag, quien no ha parado de sembrar café arábigo desde que empezó hace aproximadamente 15 años. "Se requiere limpiar el terreno y preparar para la siembra, (…) la cosecha, depende de las condiciones climáticas y del cuidado para evitar las plagas y enfermedades de la planta”, nos comenta sobre su labor.
Por el esfuerzo que requiere, producir un café de calidad y venderlo es un orgullo para Alba. De igual importancia para ella es pertenecer a una asociación que le motive a mejorar y ayude en la comercialización. Por eso se unió a la Asociación Agroartesanal de Caficultores río Intag (Aacri), una de las organizaciones cafetaleras más antiguas del país y socia de Rikolto en esta zona productora por excelencia.