¿Sabía que las nueces provienen de una fruta llamada manzana del anacardo? ¿Y que la canela es en realidad la corteza interna de un árbol? La realidad es que la mayoría de nosotros no sabemos cómo se producen los alimentos que comemos. A menudo olvidamos que, antes de llegar a nuestros platos, muchos de los productos que consumimos fueron primero semillas y cultivos que crecieron en la tierra y se convirtieron en plantas. Luego se cosecharon, a veces a mano, después se metieron en sacos, se trillaron, se limpiaron y se acarrearon, antes de ser empaquetados, enviados a nuestros puertos, y transportados a las tiendas de comestibles.
Teniendo en cuenta los numerosos retos a los que nos enfrentamos -desde las alteraciones de la cadena de suministro hasta la crisis climática-, es imprescindible tener un enfoque más holístico para entender los sistemas alimentarios si queremos ayudar a nuestro planeta a sanar. Hay que prestar la misma atención a toda la cadena de suministro, desde los microorganismos del suelo que alimentan nuestros preciados cultivos hasta los agricultores que los cosechan unos meses después.
Y si, como a mí, le fascina saber de dónde proceden nuestros alimentos, seguro que habrá oído hablar del trabajo de Rikolto.