Autonomía económica y el bienestar de la familia son dos de los motores para Alba Mejía, de 43 años, oriunda del cantón de Intag, quien no ha parado de sembrar café arábigo desde que empezó hace aproximadamente 15 años. "Se requiere limpiar el terreno y preparar para la siembra, (…) la cosecha, depende de las condiciones climáticas y del cuidado para evitar las plagas y enfermedades de la planta”, nos comenta sobre su labor.
Por el esfuerzo que requiere, producir un café de calidad y venderlo es un orgullo para Alba. De igual importancia para ella es pertenecer a una asociación que le motive a mejorar y ayude en la comercialización. Por eso se unió a la Asociación Agroartesanal de Caficultores río Intag (Aacri), una de las organizaciones cafetaleras más antiguas del país y socia de Rikolto en esta zona productora por excelencia.
Esta asociación le apuesta a un desarrollo inclusivo donde caficultoras como Alba adicionan valor a la cadena del café. Para generar ingresos adicionales, ella y un grupo de mujeres teje las fundas de cabuya que acompañan al tradicional café de Aacri, dirigido al mercado interno. ¿Qué significa este emprendimiento para ella y para el modelo de desarrollo de la asociación? Te lo contamos a continuación.
Para muchas familias productoras, vivir del café en este país es imposible. El cultivo tiene uno de los más altos costos de producción en Latinoamérica, debido a la dolarización.
Esta situación, sumada al desencanto por la paciencia y cuidados que requiere la planta, así como el tiempo de inversión que requiere (puede tardar en rendir hasta tres años desde el vivero) terminan por orillar a algunos productores a cultivos de más rápido rendimiento y excluir opciones como la agricultura orgánica (que requiere aún más cuidados). Otros optan por dedicarse a actividades productivas complementarias en la zona, cuenta Ramiro Fuertes, administrador de Aacri. Para él, no es cuestión de elección: los productos de agricultura orgánica deben tener un valor agregado.
“A veces a la agricultura orgánica se le ve como un costo, no como una inversión. Además de asegurar que sea continua, hay que ver que tenga valor agregado. Por eso también nos hemos enfocado en el consumo interno. Si no hay ganancia, el productor se desanima.”
Ramiro Fuertes
Administrador de AACRI
La finca cafetalera de Alba y sus padres está situada en la parroquia de Peñaherrera, en Cotacachi, y consta en los mapas de la concesión minera. “Algunos finqueros ya han vendido o concedido sus fincas, yo no creo que haya mayor provecho; la minera, acá, no nos trae ningún beneficio. Yo seguiré trabajando mi tierra y produciendo café, es lo que me gusta hacer.”
Alba observa que la minería ha dividido a las familias de la comunidad, pero también ha motivado a jóvenes y mujeres a desarrollar alternativas ambientalmente sostenibles para las actividades de la zona. Ejemplos de esto son el ecoturismo, las artesanías y la producción agrícola orgánica; rubros que Aacri también busca impulsar con las familias.
Alba y su familia, como muchos productores, tienen otros cultivos en su finca: “tenemos tres hectáreas de café en la finca, pero también sembramos un poco de maíz, fréjol, plátano y tenemos árboles frutales”. Pese a esto, se siente identificada con el café. Para ella, sembrarlo es salvar al valle de Intag. Y es que esta zona al norte del Ecuador, cotizada por las bondades de su suelo, se encuentra en el radar de las mineras por el cobre.
Actividades productivas como la artesanía le permiten a Alba asumir el liderazgo económico del hogar puesto que de ella depende la finca y el sustento de sus padres. Para continuar cultivando su cultivo de elección en una zona minera y ganar el sustento suficiente, esta caficultora descubrió que debía comenzar a participar en otras actividades de la cadena, agregando valor para los productos de su asociación. Ella encontró en el arte de la cabuya una actividad que le rendía económicamente y unía con otras mujeres.
Cuando nos contactamos con Alba para su entrevista era noviembre, una época en la que las labores más fuertes del calendario cafetalero en el campo han culminado. Pero las gestiones de comercialización continúan al punto que se analiza una nueva línea para mercados locales. Antes del próximo acopio, un grupo de 12 mujeres, entre ellas Alba, coordinan el tejido de las fundas cabuya que acompañan al café de su asociación como un sello distintivo para los paquetes del “café de mujeres”.
Las fundas son sencillas en su concepto, pero han contribuido a crear un café exclusivo, con alto valor agregado que se ha ganado un lugar especial entre los compradores locales pues identifican que adquirir un producto de Aacri beneficia a las mujeres del valle. Alba y sus compañeras participaron de los talleres que Rikolto y Aacri impulsaron para mejorar la calidad y la presentación del producto. El proyecto emprendido les dotó de unos telares especiales para que puedan tejer con facilidad la fibra gruesa.
“Tejer, hilar, tinturar la cabuya para confeccionar las fundas para el café es una buena experiencia, nos juntamos con las compañeras, compartimos, nos apoyamos mutuamente. Tejer las fundas es un pretexto para juntarnos."
Alba Mejía
Socia de AACRI
Las fundas de cabuya se tejen según la demanda por parte de la asociación. Se pueden solicitar hasta mil unidades en una semana, por lo que la carga de trabajo siempre se divide de manera equitativa. El tejido lo hacen las mujeres en las tardes y noches, y el costo depende de si las envolturas están adornadas o con colores para que se coticen mejor.
Hoy Alba y sus compañeras se adaptan a nuevas formas de trabajo. Poco antes de la llegada de la pandemia, con apoyo de Rikolto también se beneficiaron de entrenamiento en buenas prácticas de manufactura y buenas prácticas agrícolas. “Entre los tópicos hubo uno que nos preparó para la emergencia”, destaca ella. Para evitar la propagación de casos de Covid-19 en la zona, el proyecto entregó a las mujeres kits de bioseguridad y promovió con ellas un taller de buenas prácticas agrícolas e inocuidad que abordó el tema de bioseguridad en la finca con el personal y en la casa con la familia.
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Con el apoyo de Rikolto, Aacri busca incluir a más mujeres y jóvenes en la cadena de valor del café, con capacitaciones y apoyo técnico. “Nos ha permitido generar más identidad, fidelidad con la organización, y mejor articulación entre ellas”, nos detalla Ramiro.
Desde la asociación se piensa en el futuro del negocio más allá de lo productivo, y por eso la inclusión de mujeres y jóvenes les significa una oportunidad para “conocer las expectativas de las bases, responder mejor a ellas para que la visión de organización represente a todos y todas”. El programa de Rikolto agrega valor al trabajo de comunidades caficultoras en Intag, apostando por las mujeres, cuya labor vuelve a la cadena más resistente e impregna al café ecuatoriano con un aroma a esperanza.
Rikolto fomenta en Ecuador la inclusión de mujeres y jóvenes en la cadena de valor del café. En tiempos de pandemia, preparamos y capacitando a más de 200 trabajadores y productores en protocolos de bioseguridad, en temas relacionados a cosecha y post-cosecha. Dotamos a 480 productores y sus familias con equipos e insumos para enfrentar la nueva normalidad en las fincas y en sus hogares.